Por: María Obezo
Para los visitantes, son simples figuras turísticas parte de un paisaje exótico y caribeño. Para los locales, son vendedoras de frutas, víveres y dulces con atuendos coloridos que prestan servicios en los diferentes sitios turísticos. Para mí, la mujer palenquera representa un símbolo de resiliencia y grandeza, pilar de nuestra economía familiar.
Las prácticas culturales de las mujeres palenqueras en Cartagena constituyen formas tradicionales de producción que han contribuido al desarrollo de nuestra comunidad; la venta de dulces y frutas realizada mayoritariamente por mujeres, fue por décadas la principal fuente de ingresos de San Basilio de Palenque. Estas prácticas tradicionales de producción permitieron integrar la riqueza cultural y ambiental para desarrollar actividades económicas en los sectores agrícola, ganadero y artesanal y de comercialización a través de las ventas ambulantes de frutas y dulces que realizaban en las ciudades principales de la Costa Caribe y en épocas reciente en todo el territorio nacional, hasta llegar a países como Venezuela y Panamá.
Sin embargo, el camino no ha sido fácil. Las mujeres palenqueras no salieron del territorio ancestral por mera voluntad propia. Tradicionalmente, la base de la vida de los palenqueros fue la cría de ganado vacuno y la agricultura, destacando el cultivo de yuca, papa, plátano, arroz y maíz. Sin embargo, cuando en el Palenque de San Basilio decayó el trabajo agrícola, hombres y mujeres tuvieron que migrar a los grandes centros urbanos como Cartagena y Barranquilla; ahí a inicios de la década de los sesenta las familias palenqueras fueron discriminadas y segregadas al ser consideradas étnica y físicamente diferentes, representantes de una negritud estigmatizada.
Ante la falta de oportunidades, los hombres se dedicaron a trabajar como jardineros y albañiles en Cartagena y otros como recolectores de basuras. Las mujeres por su parte se dedicaron a la venta de dulces, frutas y víveres adquiridos en las colmenas y camiones que llegaban de los pueblos circunvecinos y otras ciudades en el Mercado Central de Bazurto. Sumado al racismo y la discriminación, las mujeres palenqueras vendedoras de frutas, víveres y dulces tuvieron que enfrentar condiciones precarias al desempeñar su labor, puesto que no contaban con un lugar para protegerse del sol o la lluvia, no tenían acceso a servicios sanitarios, y no contaban con seguridad social. Situación que al día de hoy se mantiene.
A pesar de ello, la mujer palenquera también se ha convertido en parte de la iconografía turística de la ciudad y de la representación en afiches y postales usados en eventos y ferias nacionales e internacionales. Sin embargo, en los últimos años, la cantidad de mujeres palenqueras que recorren las calles y sectores de la ciudad con ventas de frutas ha disminuido y las pocas que quedan se concentran en zonas históricas específicas. No es coincidencia.
La relación causal entre educación superior y movilidad social siempre estuvo clara dentro la comunidad palenquera. Durante muchos años, la venta de dulces y frutas ofreció la oportunidad de invertir en la educación de los palenqueros y pagó sus estudios universitarios, creando una nueva clase media palenquera. Ahora, son los docentes, abogados, psicólogos y médicos los que predominan en la comunidad.
El trabajo de la mujer palenquera como columna vertebral de nuestra cultura ha permitido un cambio en la vida comunitaria y en la dinámica de roles de género. En la diáspora, observamos la formación de unos núcleos de asociaciones de mujeres que defienden, además de su condición étno-cultural, su identidad de género, al igual que sus derechos económicos y demandas del movimiento afrocolombiano político.
No era su trabajo. El olvido histórico de los gobiernos nacionales, y la falta de políticas públicas que incentivaran el desarrollo sostenible dentro de la comunidad, fueron las principales causas de la migración en primer lugar. Dicho ello, enaltecer su papel preponderante en las distintas manifestaciones de nuestra comunidad, tanto en el ámbito económico como en el terreno cultural, espiritual y de salud si es tarea de nosotros como comunidad. Reconocer que su esfuerzo ha valido la pena.
A ellas: las mujeres vendedoras y peinadoras de las playas de Cartagena, Bocagrande y La Boquilla; las maltratadas por los dueños de hoteles, los turistas y la policía; las que aparecen en las revistas y en los aeropuertos; las enaltecidas y agraviadas; les agradezco por hacer de nosotros lo que somos, por los cientos de profesionales palenqueros, por la construcción de identidad, por su empoderamiento y conservación de un legado ancestral.
A Esperanza, Mónica, Celestina, Ana Joaquina, Marcela, Luciana, Carmencita, y a todas las mujeres sin quienes no estaríamos aquí: gracias.
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