Por: Laura Romero De La Rosa*
Recientemente Cartagena recibió el reconocimiento de ‘Mejor ciudad cultural del mundo’, otorgado por los Travelbook Award 2023 en Berlín, Alemania, a pesar de ser una ciudad donde el ecosistema cultural sigue lastimado tras la pandemia del Covid-19 y donde sus agentes sostienen sus actividades principalmente por la autogestión, pues se carece de una articulación público-privada en favor de los ecosistemas culturales.
Dentro de ese contexto, las mujeres agentes culturales de Cartagena nos enfrentamos en el panorama actual a ser víctimas de la narrativa que el turismo extractivista y patriarcal ha construido en una de las ciudades más visitada de Colombia, como un destino “ideal” para el exceso, donde se desconocen límites, en el que incluso los cuerpos están disponibles para el consumo.
Así como nuestros hogares deberían constituir espacios seguros y libres de violencias, en la misma medida deben serlo los espacios de formación, creación y de producción artística, pues algunas prácticas pedagógicas en las áreas artísticas y ciertos métodos de vinculación laboral están normalizando situaciones machistas en las relaciones de poder del entorno laboral, que dejan en desventaja a las mujeres y que en ocasiones se transforman en actos de violencia basada en género.
Se está normalizando que en escenarios como restaurantes y gastrobares presenten shows con mujeres que las hipersexualizan, bajo una estructura formal, mientras condenamos lo que sucede en las calles del Centro Histórico en relación a la prostitución y la explotación sexual, cuando todo debe ser visto en conjunto.
“Cada vez quieren ofrecer más experiencias para el turismo, pero al final todas terminan siendo las mismas. A mi, por ejemplo, suelen pedirme fotos de las mujeres artistas con quienes trabajo al momento de solicitar una presentación. Cuando se trata de las mujeres, piden que sean lindas, mientras que con los hombres lo importante es que sean buenos músicos o artistas”. Argumenta en entrevista Ágata Quintero, directora de la Escuela de Circo Caribe.
Esta situación es un claro ejemplo de la precariedad laboral a la que nos enfrentamos las mujeres en Cartagena. El entretenimiento nocturno se ha convertido en una opción de sostenimiento económico para artistas escénicas, bailarinas, músicos y en general para quienes puedan ofrecer un show que acompañe una cena en un restaurante, una fiesta privada o en la calle.
Según indica Cartagena Cómo Vamos, basado en datos del DANE del primer trimestre de 2022, “aumentó la brecha en el desempleo entre hombres y mujeres, el 16,5% de las mujeres en Cartagena estaban desempleadas durante el primer trimestre de 2022, mientras que lo mismo sucedió solo en el 6,8% de los hombres, más del doble de diferencia”.
Es notable la gran desventaja en la que se encuentran las mujeres frente a los hombres en el mercado laboral. Los marcadores de género y raza generan otros tipos de condiciones de vulnerabilidad imposibles de ignorar en una ciudad donde las mujeres somos más de la mitad del total de la población y donde al menos un 30% de personas se reconocen como afrodescendientes.
En ese sentido, experiencias turísticas como las comparsas de mulatas, por lo general conformadas por mujeres racializadas que usan vestidos blancos evocando la época colonial, reafirman la narrativa racista y de esclavización resultado de la colonialidad. Se han convertido en un “adorno” a la salida de las iglesias del centro histórico, moviendo sus amplias faldas para amenizar a los recién casados.
Debemos exaltar el trabajo que realizan organizaciones como la Corporación Tambores de Cabildo, quienes a través del proyecto productivo Batámbora proponen una narrativa de ciudad que promueve valores culturales propios del territorio o también, el trabajo que realiza la Escuela de Circo del Caribe, ofreciendo espectáculo que prioriza el profesionalismo y talento de los y las artistas escénicos.
En ese sentido, el sector cultural no es ajeno a esta realidad que ante condiciones laborales complejas ve volcada su oferta de actividades y agenda hacia lo que demanda el turismo, oferta que muchas veces es cuestionable en términos de los valores que promueve, en la reproducción de estereotipos racistas o misóginos, los cuales terminan reafirmando ese imaginario de ciudad que expone en gran medida a las mujeres a diversas formas de violencia.
Esto solo demuestra, que existe una segmento de la industria turística en Cartagena, que se ha vuelto insostenible ante las deficiencias de control institucional y los problemas de gobernabilidad que se afrontan desde hace más de una década. A poco tiempo de que termine el gobierno actual, el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena queda en deuda con la creación del Estatuto del Trabajador del Sector Cultural. Proteger el trabajo de las y los agentes culturales es primordial y garantizar espacios seguros donde se pueda ejercer el oficio nos hará más competitivos ante una industria mediada por oferta y demanda carente de límites éticos y cuestionamientos hacia el mandato patriarcal.
*Comunicadora social y periodista. Cofundadora de Imagina Cartagena Lab una empresa con enfoque cultural, gestora cultural de Cartagena y magíster en Desarrollo y cultura.
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