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Por Rosmery Armenteros Herrera*

Yo no estoy escribiendo esto para que no aborten, porque mi postura no ha cambiado, al contrario se reforzó aún más porque agradezco que haya sido libre y seguro; estaba en manos de profesionales que no me hicieron sentir menos; sin embargo, lo escribo porque es una cicatriz imborrable y escribir es una terapia, al menos para mí.

Yo aborté. Sí, lo hice. Por eso cuando caminaba por las calles de mi barrio y las personas veían la venda en mi brazo izquierdo, producto del dispositivo en el brazo y me preguntaban: “¿Qué te pasó?”; yo siempre respondía: “aborté y me colocaron esto.”. Recuerdo que una amiga me preguntó si lo hacía para incomodar a la gente y le dije que no, simplemente estaba respondiendo loque se me estaba preguntando y siento que cómo sociedad no estamos acostumbrados a ese tipo de respuesta. Preferimos mil veces que la gente se invente cualquier excusa para decirnos una verdad como aquella y menos, de una mujer que ya es madre.

Hay un millón de testimonios en miles de blogs sobre las mujeres que abortaron y por qué, recuerdo que leí gran parte de ellos dos días antes de realizarme el procedimiento y todos tienen algo en común: las mujeres te cuenta por qué abortaron y no te hablan del aborto en sí. Sus historias son conmovedoras y en su mayoría dolorosas, pero en ningún momento te dicen a qué te vas a enfrentar y eso es lo que voy a tratar de hacer, pero no se fíen de mí, a la larga soy una mujer de veintiocho años que no sabe nada de la vida.

El momento había llegado.

Al entrar a la sala eché un vistazo y sólo vi mujeres, tanto en enfermeras como en pacientes. Había aproximadamente diez mujeres con sus respectivas batas de hospital, todas y cada una de ellas me miraron y creo que jamás olvidaré aquellas expresiones de: culpabilidad, tristeza, miedo, melancolía… Ni en la mejor licuadora se hubiesen mezclado, pero allí estaba esa expresión que no tenía nombre y que sólo podía ser una comparsa de las anteriores.

Una enfermera se me acercó y dijo con voz autoritaria:

–Quítate toda la ropa y colócate esta bata junto con el pañal que trajiste; deja todas tus pertenencias en esta bolsa negra.

Entré decidida al baño, pero cuando me vi al espejo la duda y la incertidumbre me embargaron ¿Y si mejor lo tenía? ¿Qué más da? Ya tenía una hija, tenía una pareja estable, ya me iban a entregar mi casa. Sin embargo, no deseaba ser madre nuevamente y me aferré a esa convicción.

Me dieron dos pastillas que debía meterlas debajo de la lengua y tenía que sentarme a esperar que me dieran los cólicos. Me senté junto a las demás mujeres donde la edad no era un factor importante. Detrás  había una historia distinta: “ya tengo cuatro hijos y mi marido no quiere que me desconecte”, “venía por desconexión y supe que estaba embarazada”, “por fin me escogieron en un trabajo y me harán los exámenes médicos tal día, no puedo estar embarazada.”

Llegué a las siete de la mañana y nos colocaron en una habitación donde el aire acondicionado estaba fuerte, decidimos dormir en la espera que se hizo eterna. Todas llegamos en ayunas y eran las dos de la tarde y aún estábamos allí, con frío, hambre y expectantes; no entendíamos la tardanza y tampoco la cuestionamos. Hasta que por fin apareció un médico y llamó a la primera. No nos iban a llamar por orden de llegada sino de mayor a menor gestación y fue allí donde tomé la decisión de colocarme cómoda. Yo tenía cinco semanas, así que sería una de las últimas.

Mientras esperaba pensaba en mi hija de cuatro años que de seguro se estaba preguntando dónde estaba su mamá y por qué tardaba tanto, y en un preocupado esposo que me apoyaba al cien por ciento en mis decisiones, quién debía estar desesperado porque llevaba ocho horas sin poder contactarme. Las imágenes de ambos dándome un caluroso abrazo me permitieron una espera más amena.

– Rosmery por favor, entra al baño y orina – fue la orden del doctor. Ya por fin era mi turno. No supe que estaba nerviosa hasta que me levanté y las piernas me temblaban. Me sorprendí al ver el tamaño de aquel baño, era impresionantemente grande. Me quité como pude aquel paño y se me cayó ocasionando un gran desastre de sangre. Me senté y oriné sin dejar de ver aquella masa gris de gran tamaño que se encontraba en él. No puedo describir el asco que sentí al ver todo aquello, pero logré limpiar todo mientras me colocaba el paño nuevamente.

Salí del baño y me dirigí a la sala de cirugía. Nunca había entrado a una, era algo similar a lo que veía en las series de médicos, salvo que estas tenían bajo presupuesto. La cama tenía aquellas barandas en las puntas similares a las del parto y, nuevamente, mi metro ochenta tuvo problemas para acomodarse. Mis piernas descansaban en ellas, abiertas de par en par.

El médico me regaló una sonrisa.

 Rosmery ¿Qué te dijeron del procedimiento?

Suspiré y lo miré:

– Que iba a durar poco, diez minutos como mucho porque tengo cinco semanas y que sólo incomodaba un poco cuando introducían el espéculo, de resto todo bien.

Él asintió

 Necesito que te abraces y no te muevas; porque si cooperas será mejor para ti y

terminaremos más rápido. 

Asentí con la cabeza y me abracé. Había un diminuto espejo donde logré visualizar mi rostro, sonreí sin mucho esfuerzo.

 Rosmery te voy a dar tres pinchazos, vas a respirar cuando te lo indique ¿Vale?

Asentí y cerré los ojos. El primer pinchazo fue sorpresivo, abrí los ojos de inmediato y me abracé más fuerte.

–Respira profundamente y vótalo. 

Luego de eso vino el segundo que me hizo mover un poco y cerrar los ojos mientras decía “Dios mío”.

–Respira.

El tercero me hizo gemir del dolor. Observé mi rostro tétrico mientras respiraba con fuerza y me abrazaba. En ese momento me abracé muy fuerte, porque sólo me tenía a mí para consolarme y comencé a decirme cosas bonitas cómo: “eres fuerte”, “vamos a salir de esta”,  “aguanta”, “esa bata se te ve sexy”. Hoy lo pienso y se me salen las lágrimas, porque me sentí tan sola.

En ese momento entra la enfermera que me dio las pastillas en un inicio, con su teléfono donde tenía colocado “El mártir” de Diomedes Díaz. Lo colocó en una mesa y se acercó a mí para aplicarme gel en la barriga y ver a través de la pantalla, la ecografía. Estaba sosteniendo una animada conversación con el médico mientras cantaba, no puedo decir que fue un acto desconsiderado, porque agradecí la canción y que no hubiera un silencio sepulcral. El médico se sentó mientras se colocaba un casco transparente y empezó la pesadilla.

Yo no tengo las palabras para describir el proceso de extracción, pero les digo con toda confianza y sinceridad, que fueron los diez minutos más horribles de toda mi vida. Con el espéculo, la herramienta que se suponía estaba haciendo la extracción, me torturaron la vagina hasta que grité que ya no podía más.

El médico me dijo:

–Tranquila, ya estoy acabando resiste un poco más. Lo has hecho muy bien.

Me negué a derramar una sola lágrima y me llené de alivio cuando lo vi ponerse de pie.

La enfermera me sonrió y me dijo:

–Ya está hecho. 

Me ayudó a colocarme de pie y salí de la sala caminando. Así como lo leen, ¡caminando!, hasta la sala de recuperación. Había otro grupo de chicas que me miraron, sus miradas expectantes de cómo me había ido.

En ese momento bajé la cabeza mientras ocultaba las lágrimas.

–Fue horrible– susurré–y si pudiera devolver el tiempo, lo volvería hacer porque ahora… Ahora estoy tranquila.

Una enfermera me ayudó a subir a la camilla y me acosté de lado, mientras me inyectaban algo para el dolor. Lloré en silencio y agradecí de que todo haya salido bien; sin embargo, al recibir la primera llamada de mi esposo y con preocupación me hizo un montón de preguntas, yo sólo pude llorar. No lloraba del dolor, lloraba porque las lágrimas reflejan fortaleza y a pesar de que aquellas chicas me vieron llorar, decidieron quedarse hallando el camino hacia sus libertades.

*¿Quién soy? 

La tinta para mí es vida, desde que tengo uso de razón y es una forma de revolución en mi territorio, San Basilio de Palenque porque todo el tiempo nuestros mayores no repiten que antes el negro no tenía derecho ni a hablar, mucho menos de escribir. No supe que tan importante eran las letras para mí sino hasta cuando terminé mi carrera de ingeniería electrónica y fue allí donde tomé la decisión de ser escritora. Escribo novelas históricas y drama juvenil, sin embargo el eje central de mis letras son las mujeres fuertes y empoderadas. Actualmente, a mis veintiocho años, tengo once novelas publicadas de manera independiente en Amazon y una antología publicada por la Universidad Jorge Tadeo Lozano.