La vía entre Santander de Quilichao y Buenos Aires, municipios del norte del Cauca, colinda con un paisaje de monocultivos. Predios cubiertos de caña, eucalipto y pino solo confirman la vocación extractiva que tiene esta región de Colombia. Más arriba, en las veredas ubicadas en la zona montañosa de Buenos Aires, hay cultivos de coca y, sobre el río Cauca, la minería de oro, que impide a sus pobladores pescar, pues el vertimiento de mercurio ha contaminado sus aguas.
El norte del departamento del Cauca es rico en recursos naturales y esto ha llevado a que distintos actores, legales e ilegales, se disputen la propiedad de la tierra con las comunidades étnicas que ahí habitan: indígenas Nasa y afrodescendientes. Una violencia que tuvo su pico en el año 2000, cuando el Bloque Calima de las Autodefensas Unidas de Colombia se impuso en la región.
Para ese entonces, la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca (ASOM) solo tenía tres años. 220 mujeres se habían suscrito a ella para promover su libertad económica y luchar contra las violencias en su contra. Con el arribo de la guerra, esos esfuerzos se vieron truncados. La sevicia con la que actuaron los paramilitares llegó a tal punto, que varias familias salieron del territorio por miedo a ser torturadas y asesinadas.
Una de esas noches del 2000, un grupo de paramilitares apareció en la vereda Chiquinquirá. Como habían hecho en otros lugares, llegaron a expulsar a la gente de sus hogares. “¡Ábrannos, que nos vamos a establecer en esta casa!”, dijo uno de ellos. La dueña de casa, quien ya había visto cómo violentaban a las personas que accedían hospedar a los paramilitares, sacó fuerzas de donde no tenía y les dijo: “¡ustedes no van a entrar! Si lo van a hacer, primero me matan a mí y a mis hijos”. Para sorpresa de ella, los paramilitares se fueron.
Desde ese día, Graciela Zúñiga Larraondo vio a su mamá como una lideresa, una mujer fuerte y decidida, características que ella solo daba a la figura paterna. En ese entonces era una niña, pero cuando la guerra mermó y las mujeres de ASOM volvieron a reunirse, Graciela nunca dejó de acompañar a su madre a los encuentros. Ahora hace parte de Las Renacientes, el equipo audiovisual de la organización, el cual se encarga de relatar las historias de las mujeres de Buenos Aires.
Graciela entró oficialmente a ASOM en la primera cohorte de la Escuela de Formación. No está muy segura de cuándo fue eso, pero entre risas cuenta que cree que en 2017. La Escuela fue una iniciativa ASOM que contó con el apoyo de la Universidad del Valle, el Proceso de Comunidades Negras (PCN) y la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca (ACONC). La intención de la escuela era brindar formación política a las nuevas generaciones, con un énfasis en la promoción de los derechos colectivos y de las mujeres.
La llegada de Graciela coincidió con un momento en que el equipo de ASOM requería un relevo generacional y nuevas ideas. Junto a ella asistieron más mujeres con varias ideas y visiones de lo que podía ser la organización. Estas mujeres se juntaron y dieron origen a Las Renacientes, quienes se dedicaron a rescatar todo ese conocimiento que ASOM había acumulado por más de 20 años. Fue tanto su empeño que, con el apoyo de Señal Colombia, realizaron el cortometraje “Polifonía”, un recuento de los saberes ancestrales de las habitantes de Buenos Aires.
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El trabajo que hacen Las Renacientes ha tenido dos funciones importantes. La primera, como cine comunitario, ha permitido a las comunidades verse en la pantalla y poder identificarse con sus propias características, enfoques y deseos. Graciela recuerda que incluso, cuando el documental Polifonía fue emitido por Señal Colombia, algunas personas de la diáspora por el conflicto lo vieron. En especial, una mujer que se lo mostró a su hija, quien vio por primera vez la mata de yuca… ella no sabía que la yuca crecía de la tierra.
La segunda, el trabajo de ASOM ha servido para sistematizar todos los conocimientos de sus mayoras, así como la historia reciente en el municipio. De hecho, el informe ‘Voces Valientes’, que entregaron en 2019 a la Comisión de la Verdad, se organizó como un especial transmedia. La historia de la guerra y las tantas disputas territoriales que se han dado en las últimas décadas fue contada de manera colectiva y a través de una forma de comunicación propia.
Vea el informe transmedia aquí
Durante la conversación, Graciela recordó el tiempo en que los paramilitares duraron asentados en las veredas de Buenos Aires. Por esos días, las mujeres de ASOM buscaban la forma de evitar que los jóvenes fueran reclutados; y las niñas y adolescentes, abusadas. Su madre, junto a otras vecinas, incentivaron los grupos musicales. “A través de la música salvaron muchas vidas, entre esas la mía”, aseguró. Ahora son sus compañeras quienes implementan esta estrategia: la cultura como una herramienta para que los jóvenes no sean reclutados por los distintos actores violentos que están en el municipio.
Las mujeres de ASOM ven que a muchos jóvenes les ofrecen cosas para pertenecer a los grupos. La gente dice “eso no es reclutamiento, porque les dan cosas”. En ASOM saben que no es así, pues incentivan a las personas con cosas que al final ni siquiera les dan. A veces, a sus grupos musicales y de danza llegan jóvenes con la intención de ingresar a un grupo o dedicarse a cosechar coca. Nosotras los invitamos a compartir y, poco a poco, deciden ocupar su tiempo libre en actividades artísticas y desisten de irse con los grupos.
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Justo por eso los grupos armados buscan formas de disuadir a los jóvenes de asistir a estos encuentros. Una vez, durante un encuentro de danza, dos jóvenes pertenecientes a un grupo armado llegaron. La zozobra era tal que pensaron en detener la sesión, porque los jóvenes que no hacen parte de los grupos son señalados y sus vidas empiezan a correr peligro. Graciela recordó que, en su infancia, los paramilitares hacían lo mismo: se paseaban con sus armas mientras las niñas ensayaban; y eran las mamás quienes apoyaban a las jóvenes para que continuaran y no cedieran a las amenazas. Rememorar eso la llevó a insistir en que el grupo que ella acompañaba continuara.
Estos son retos que para Las Renacientes son constantes. En los últimos días, debido a la presencia de actores armados en el municipio, no han podido grabar una de sus historias. Es usual que informen a las comunidades antes de entrar con la cámara, con el fin de tejer una red de seguridad para ellas. Esa misma red les advirtió los peligros de grabar en el lugar. Surgió la opción de llevar a la protagonista a otra finca en Santander de Quilichao para simular que ella trabajaba ahí su tierra. Las Renacientes se negaron, pues si bien se protegían sus vidas, no se respetaba a la mujer que ofrecía contar su historia. Graciela insiste en que su trabajo es resaltar a las mujeres y su conocimiento para que ella se sienta recogida, sin ponerla en riesgo.
Por ello, decidieron no grabar y buscar otras opciones o esperar a que la situación de seguridad mejore. Ellas saben que el cine y la comunicación consisten en tejer comunidad.
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