Fotografía: Efe + Dejusticia. Esta columna fue publicada primero en el espacio acadèmico de La Silla Vacía. Léala acá
Por: Woslher Castro Sinisterra
Existe preocupación por la equidad de género en las políticas públicas, y los países de nuestra región han manifestado la necesidad de colocar en la palestra central el tema del cuidado. Es evidente que hay una desproporcionada carga de tiempo de trabajo sobre las mujeres con relación a los hombres, le dedican más horas del día al cuidado de los hijos, enfermos y personas de la tercera edad. La situación es tal que se ha convertido ya en una preocupación de los gobiernos.
“La igualdad es el camino para una sociedad más justa”.
El cuidado es un problema político
Entender el cuidado como un componente de bienestar implica una revisión exhaustiva del bloque constitucional, del andamiaje jurídico, de las políticas públicas, de los planes, de los programas y de los proyectos estatales de manera que se pueda incluir a los excluidos y, [de]construir y destruir los roles que socialmente han sido cargados al género femenino sin ningún reconocimiento. El cuidado debe ser visto como un derecho universal y como una responsabilidad social que requiere ser sustentado desde la formulación o creación de una política pública seria, y que no debe ser catalogado como una responsabilidad o problema exclusivo de las mujeres.
Cada tres años la División de Asuntos de Género de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) organiza la Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, donde se discuten y se toman una serie de acuerdos sobre las iniciativas que deben emprender los países en pos de lograr la equidad entre los géneros. Entre los acuerdos que han adoptado las naciones, están los relacionados con el empoderamiento económico de las mujeres, y entre ellos se destacan dos: i) el Acuerdo 54 relativo al reconocimiento del valor del trabajo doméstico no remunerado para adoptar las medidas y políticas públicas necesarias, incluidas las de carácter legislativo, que reconozcan el valor social y económico del trabajo doméstico; y ii) el Acuerdo 57 relativo al reconocimiento del cuidado como un derecho de las personas y, por lo tanto, como una responsabilidad que debe ser compartida por hombres y mujeres de todos los sectores de la sociedad, las familias, las empresas privadas y el Estado.
Respecto a este último acuerdo se ha instado a los países miembros a que adopten políticas, programas y medidas para promocionar la corresponsabilidad entre hombres y mujeres, tanto en la vida familiar, como en la social y laboral, que permitan liberar tiempo para que las mujeres, entre otras cosas, pueda acceder a oportunidades de trabajo, a posibilidades de estudio y en general a gozar de la autonomía que brinda su libertad.
Las labores del cuidado son esenciales al ser humano.
Históricamente el ser humano se ha visto en la necesidad de realizar tres actividades básicas. La primera es el trabajo productivo, por el cual se originan los bienes y servicios que conforman la riqueza social; la segunda es el trabajo doméstico, mediante el cual se satisfacen las necesidades cotidianas, como la higiene, la salud, la alimentación y el mantenimiento de la vivienda; y la tercera es la crianza de los hijos inculcándoles y transmitiéndoles las costumbres de su comunidad, garantizando la perpetuación de la identidad cultural de una específica sociedad.
El trabajo productivo se realiza en un tiempo específico de la vida, por ciertas horas al día, por una cantidad de años, lo cual varía de conformidad con las leyes de cada país. Contrario al trabajo productivo, el trabajo doméstico se debe realizar todos los días y por toda la vida de un individuo, al igual que la actividad de la crianza de los hijos, que supuestamente debe estar a cargo de los dos padres y que se realiza a toda hora, todos los días y por los años que se requieran.
A lo largo de la historia, las actividades del ámbito público han sido estructuradas desde el punto de vista masculino, aunque las mismas no tienen género per se. Sin embargo, la estructura de la sociedad ha fomentado la participación de los hombres en esta área, animando a las mujeres a permanecer en el hogar o a perseguir carreras fuera de las áreas tradicionales del trabajo típicamente femenino, donde su participación ocurre en el ámbito privado como la reproducción y la vida familiar, por lo que sus áreas de ocupación se desarrollan en torno al hogar: la educación de los hijos, los temas de salud y de bienestar social, todos relacionados con el concepto de “cuidado”.
En cuanto a los regímenes de cuidado, se presentan dos contextos opuestos: uno familista y otro desfamiliarizador. De acuerdo con Aguirre y otros (2014), el régimen familista se caracteriza por ser a las familias a quien le corresponde la responsabilidad principal del bienestar y particularmente a las mujeres en cuanto a parentesco se refiere. Otro elemento de este régimen es que el trabajo de cuidado no se remunera y los beneficios son recibidos por toda la familia.
Este es el régimen más extendido en Latinoamérica y algunos países del mediterráneo. Se basa en la institución del matrimonio legal, una tradicional y rígida división del trabajo por géneros. En cambio, en el régimen desfamiliarizador existe una derivación hacia las instituciones públicas y hacia el mercado; en otras palabras, el trabajo de cuidado debe ser remunerado y es la persona quien recibe todos los beneficios.
El reto y las oportunidades para lograr la igualdad estarían en dar a luz un tercer contexto posible, desarrollando políticas de corresponsabilidad entre las familias, el Estado y el mercado para favorecer la ampliación, concreción y ejercicio de los derechos sociales, económicos y políticos de las mujeres y de esa forma lograr la equidad tanto social como de género.
Los paradigmas de la maternidad y la paternidad están cambiando
Existen tensiones cada vez mayores entre el trabajo remunerado y el trabajo no remunerado, así como el papel que juegan los gobiernos y las políticas estatales en reasignar las responsabilidades del cuidado mediante la ampliación de las transferencias y los servicios no solo a las mujeres, sino también a los hombres, mediante la creación de leyes específicas sobre este tema, en aras de apoyar la igualdad de géneros.
A partir de inicios de los años 70, se generaron cambios en la participación de las mujeres en el trabajo, donde la política jugó un papel muy importante en la promoción de esta tendencia, donde las barreras legales que no permitían el trabajo de las mujeres casadas se eliminaron, permitiéndoles el acceso a los mercados laborales, lo que les permitió a las mujeres en Latinoamérica generar sus propios ingresos.
En una comparación realizada entre países nórdicos y países latinoamericanos se observó una diferencia en cuanto al promedio de horas semanales dedicadas al cuidado por mujeres y por hombres. En los países nórdicos la diferencia es de 3,5 horas, mientras que en los países latinoamericanos la diferencia alcanza las 18 horas.
Pero el verdadero problema en Latinoamérica es la falta de cuidado a los hijos por parte de los padres. Esto se observa por la ausencia de un papel activo de la paternidad tanto en materia de provisión de ingresos como en materia de cuidados.
En ese sentido, las interrelaciones entre el derecho de familia y la política de familia son imprescindibles para entender cómo se organizan los cuidados y la provisión de ingresos, tanto para el ejercicio de la paternidad responsable como para el cuidado y bienestar de los hijos.
Existen dos tipos de regulación de la paternidad: i) la paternidad como complementaria a la maternidad; y, ii) la paternidad como corresponsable con la maternidad. Dicho de otro modo, se trata de dos ópticas, donde se ve la regulación de la paternidad bajo un escenario de complementariedad versus la regulación de la paternidad, bajo un escenario de corresponsabilidad. En la paternidad complementaria a la maternidad hay una alta especialización de roles: son las madres las que cuidan y los padres quienes proveen económicamente. En el caso de la paternidad corresponsable se espera una presencia proveedora y cuidadora tanto de madres como de padres; los padres y las madres se vuelven sujetos de política simultáneamente, en tanto proveedores y cuidadores.
En Latinoamérica, estamos en una región en la que es un reto que los padres ejerzan su papel proveedor y más aún su papel cuidador.
Las políticas del cuidado deben tener enfoque étnico
Ahora, pensar en políticas de cuidado para comunidades negras o no occidentales plantea múltiples desafíos tanto para quienes las construyen como para quienes son receptores de las mismas. Estos desafíos pueden ubicarse tanto en la relación de los expertos que diseñan políticas con los pueblos no occidentales, como en la estructura social y legal que soporta la generación de dichas políticas.
Desde el diseño de estas, habrá que evitar superponer las necesidades occidentales acerca del cuidado a las necesidades de los pueblos no occidentales, para lo cual es imprescindible conocer a profundidad lo que significa y el significante de cuidado para este grupo étnico; tarea bastante grande.
De entrada, hay que tener en cuenta que el cuidado ha sido poco estudiado en Occidente y que el conocimiento que ha sido generado ha sido realizado desde el paradigma de los países occidentales (epistemologías en los que los valores son individualistas y neoliberales), y que por tanto eso poco que conocemos no puede ser trasladado a una cosmovisión que nos es ajena. Asimismo, la comprensión de los cuidados no occidentales exige conocer quiénes —que no siempre serán humanos o seres vivos, de hecho—, cómo y para quiénes se brindan estos cuidados.
Otro aspecto indispensable es la participación real de las personas a las que se desea beneficiar con las políticas, para que sean respetuosas de sus necesidades y legítimas frente a su cosmovisión, creencias y preferencias. Dicha participación debe ser real porque aquello que usualmente se entiende por participación, en muchos planes y programas sociales, queda relegado a la mera consulta o a la invitación a que las personas brinden información a un grupo experto encargado del trabajo en sí, lo cual es sólo una parte de la participación, y no cumple con el objetivo de involucramiento activo mencionado anteriormente para asegurar la pertinencia de las políticas.
La comunicación entre profesionales y personas no occidentales no debe ser extractiva con las últimas —como lo ha sido el capitalismo y el colonialismo con sus pueblos—, sino facilitadora de poderes, es decir, debe permitir que aquellos que históricamente no han tenido poderes (al menos en relación con las mayorías), puedan ejercerlos para el beneficio de sí mismos a través del ejercicio político democrático, participativo e inclusivo.
Lo anterior supone un desafío enorme para la sociedad occidental, porque implica realizar rupturas epistémicas y de distribución del poder, tanto se debe poner en tela de juicio el mundo tal y como lo conocemos en Occidente. Dichas rupturas no sólo se van a dar a través del actuar profesional, sino también a nivel personal. Ubicarnos ante un Otro nos exige ubicarnos como un Otro, acción a la que no estamos acostumbrados y que supone la pérdida de privilegios ante lo que se presentan muchas resistencias ante la proyección de la pérdida de poder o estatus.
Así funciona en el Pacífico colombiano
Bajo esa perspectiva y desde la óptica étnica se realizará una aproximación sobre cómo opera el trabajo de cuidado en las comunidades negras y específicamente para el caso de las mujeres negras del Pacífico colombiano.
Existen varias acciones que se logran entender como trabajo de cuidado. Entre ellas está el disponer de tiempo y acompañamiento a familiares y personas que no hagan parte de la familia desde la consanguinidad; lo cierto es que se teje y se entreteje una red amplia que se denomina familia extensa donde todos-as somos reconocidos-as como parte de ella. Pero no es solo frente a los seres humanos con quien existe ese cuidado; es también con el hogar, con los lugares que habita, y que es distinta la relación entre los espacios rurales y urbanos.
“En las comunidades negras hay algo que ha permanecido en el tiempo entre la gente afrodescendiente, y por supuesto, tendrían que ser análisis más conscientes; esto es, el reconocer en otros-as a los-as hermanos-as, la palabra Malungaje (que corresponde al contexto del tráfico y secuestro de africanas-os en los barcos trasatlánticos, quienes, sin tener la misma lengua, encontraron la manera de comunicarse tanto para la rebelión como para apoyar/cuidar). Se cuida para lo colectivo, con el abrazo, la solidaridad, el amor y protección en la hermandad”.
El trabajo de cuidado para las comunidades negras siempre opera en términos de esa familia extensa y es como siempre estamos en ese círculo donde si es en términos de salud, en términos económicos, en términos de alimentación, siempre está ese cuidado mutuo que responde proverbio Ubuntu: “soy porque somos” y donde estoy yo están todos. Esto resignifica ese “algo” innato que siempre ha estado muy presente en las comunidades negras/afrodescendientes y no solo en Colombia, sino en el mundo.